viernes, 29 de mayo de 2009

...CuEnTo... (Erick de Jesús)


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- ¿Hace cuánto que no voy a la pesca? – Preguntó don Toño sentado en su hamaca, con la mirada fija en dirección al río.

- No pos hace mucho. – Contestó Chona, su mujer, mientras desquebrajaba los granos del nixtamal en el metate.

- Ya no recuerdo cuando fue la última vez que llegué con mi manojo de pescados pal guateque. – Volvió a decir don Toño, después de un largo silencio, sin apartar la mirada del horizonte y sin quitar esa cara de tristeza. – Creo que es hora de que vaya por unos pescaditos, aunque sea unos cuantos, pa’un caldito.

- ¡Hay Toño! No vez que ya no se consigue ni siquiera una guabinita y si los chamacos regresan sin nada cuantimenos un viejo, mejor quédate sosiego, ahorita mato una gallina y nos comemos un buen caldito con reteharto condimento.

Don Toño, no dejaba de ver hacia el río, su mirada era nostálgica y parecía echar de menos esos años en los que se iba por la mañana a la pesca y regresaba a medio día cargado de peces, tantos que su esposa tenía que vender o regalar con los vecinos para que no se echaran a perder.

- Recuerdas vieja cuánta agua tenía el río. – Suspiró. – Era tan chulo, sus dos brazos que repartían sus aguas pa’ este y pal otro lado del pueblo. ¿Te acuerdas Chona?

- Claro que me acuerdo viejo, cómo me voy a olvidar de eso. – Hizo una pausa. – Cómo me voy a olvidar si fue allí donde nos conocimos, ¿te acuerdas viejo?

El silencio se volvió a apoderar de la pequeña choza, tras un suspiro Chona siguió desquebrajando el maíz y de vez en cuando le ponía tantita agua para que la masa quedara consistente. Por su parte su esposo parecía rescatar del silencio todos aquellos recuerdos que había vivido en las aguas de aquel majestuoso río que había sido un día.

Efectivamente, don Toño recordaba aquella tarde que cuando regresaba de la pesca vio a Chona a orillas del río lavando la ropa de sus hermanos, fue la imagen más bonita que recordaba de su mujer, los últimos rayos del sol adornaban su prolongada cabellera negra que con el paso del tiempo se fue perdiendo hasta quedar convertida en una minúscula trenza. Don Toño a veces comparaba el cabello de Chona con el cauce del río, que también con el paso del tiempo se había convertido en un insignificante arrollo que a penas y mantenía rastros de vida.

Chona ya había terminado de desquebrajar todo el nixtamal, ahora se encontraba atizando el comal, el humo del ocote, invadió el pequeño recinto e hizo estornudar a don Toño y dirigir su mirada a la figura escuálida y acabada de su mujer.

- Cómo no voy a acordarme mujer, si eras la más chula de todas las muchachas, cuando te ví supe que ibas a ser la mujer que me iba a acompañar toda la vida.

- ¡Ay Toño! Qué cosas dices, haces que se me suban los colores a los cachetes como si fuera una chamaca.

- Pos eso es lo que me gusta Chona, que seas muy quisquillosa, espero que cuando falte no te sientas sola.

- No digas eso Toño, el día que tú te vayas yo me voy contigo.

Ya no se dijo nada más Chona continúo con sus quehaceres y mientras su esposo miraba nuevamente en dirección al río donde había trascurrido casi toda su vida. Recordó aquel momento en que siendo todavía un niño sacó su primer pez del agua, se sintió emocionado y llegando a su casa esperó a que su madre lo preparara para comérselo completito. Se enjugó las lágrimas de la mejilla y al pasarse las manos por la cara, notó sus arrugas, sus manos estaban ásperas y curtidas por el tiempo y el trabajo. Nuevamente lo invadió la nostalgia.

- En serio Chona cuando yo falte, busca a tus hermanos, vete con ellos, no me gustaría que te quedaras sola en este jacal.

Chona prefirió no contestar, el ruido de la combustión de los leños bajo el comal era lo único que don Toño escuchó como respuesta, continuó moliendo en silencio mientras su esposo miraba al horizonte; de vez en cuando se secaba las lágrimas, resistiéndose a creer que su viejo, como ella le decía de cariño, estaba cansado de vivir.

«Recordar es volver a vivir», se repetía en la mente don Toño con los ojos nublados por las lágrimas. Recordó aquella mañana de mayo en que contrajo matrimonio; «¡qué fiesta!» se decía al volver a repasar cada uno de esos momentos. Y cómo olvidar aquel hermoso jacal que construyó cerca del río que años más tarde perdería.

Ahí Chona dio a luz a sus dos hijos, Antonito, como le decían de cariño y a Alfonso, que era el más tremendo de los dos. Al hacerse hombrecitos acompañaban a su padre a la pesca, era muy divertido para ellos, a veces se iban solos con su padre otras Chona los acompañaba y varios kilómetros río arriba, mientras sus hombres pescaban, ella recogía leña y armaba un buen confite de tortillas para comérselas con los pescados asados que sólo ella podía preparar. A Chona le pareció estar percibiendo el olor del pescado asado, y dirigió la mirada a su marido que justo en ese momento se secaba las lágrimas.

- ¿Te pasa algo viejo?

- No Chonita, sólo recordaba aquellas tardes en que todos nos íbamos de pesca.

Chona se dio la vuelta para seguir con sus labores, pero el dolor que le producían los recuerdos hizo que se sentara de golpe en la silla y se embrocara en el metate a llorar en silencio. Don Toño se dio cuenta de lo que pasaba, pero no tuvo el valor de ir a consolar a su mujer y también irrumpió en llanto.

- ¡Maldita presa! – Vociferó Chona con la voz quebrada por el llanto.

- ¡Maldita! – contestó don Toño y se quedó en silencio.

El olor de una tortilla quemada hizo que Chona se pusiera de pie y siguiera con su labor. Don Toño aprovechó el momento para incorporarse un poco y volver a ver hacia el río. Vivían tan bien en aquella choza sus hijos, él y su esposa. Hasta que el presidente municipal mandó a desalojarlos, a él y a otras familias, del lugar porque se construiría una presa que abastecería de agua a la comunidad vecina, y generaría energía eléctrica para el pueblo.

Ni si quiera se les dio plazo y muchos no quisieron dejar sus casas, don Toño fue uno de ellos. El día del desalojo el salió a la pesca muy temprano, Chona se fue con la vecina a ayudarle con el nixtamal y los muchachos se quedaron durmiendo. A las once de la mañana la policía y el presiente municipal, llegaron para cumplir su palabra, pero como la gente se opuso los balacearon hasta no dejar rebeldes con vida, o al menos eso fue lo que se dijo en los periódicos: “la policía actuó en defensa propia”.

- ¡Maldita presa! – Volvió a decir Chona, pero esta vez con enojo.

Chona no podía dejar de llorar mientras preparaba la comida, pero no le daba la cara a su esposo, pensó en dejarlo llorar para que se desahogara, ya le hablaría a la hora de desayunar, preparó el desayuno, sirvió la mesa y se sentó a desayunar.

- Ándale viejo, levántate vente a desayunar ahora que las tortillas están calientitas.

Repitió la frase dos veces más, pero no obtuvo respuesta. Por compromiso la repitió una vez más, aunque ya sin ganas...
*****
Pidió que su esposo se enterrara a orillas de la presa en donde yacían los restos de sus hijos, después de colocar velas y flores en las tumbas de sus hijos, caminó hacia la presa y sin pensarlo se dejó caer en lo más profundo de las aguas pantanosas que retenía esa presa que jamás fue de su beneficio.

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1 comentario:

Samuelósteles dijo...

Me pongo de pie!

Está pocamadre esto!

Por Dios! Qué gusto leer cosas de esta calidad erick, este va a la revista sin tu permiso!

De verdd me he quedado impresionado, te volaste la barda.

No había leído un buen cuento desde hace mucho, qué bien reecontrar la prosa con tu cuento carnal.

Cuídate mucho y gracias por el café.

P.D.: tu cuento es un reflejo claro de loque muchos vivieron en esta región, ojalá lo podamos plasmar en el trabajo que te comenté.